En lo personal, mujer sin prejuicios y realmente libre como sólo consiguen serlo algunas almas escogidas, sin tabúes de ningún tipo y cierta y famosa promiscuidad, tuvo amantes entre los más conocidos científicos y artistas parisinos, pero también tuvo desconocidos amantes eventuales, escandalizaba a toda Europa con su no escondida bisexualidad a la vez que crecía su fama como danzarina de élite.
Pero, si su notoriedad social y talento profesional fueron impactantes, no lo fué menos la estrecha relación de la diva y su familia con la tragedia. Se podría hablar de la Suerte, que ni se sabe siquiera en qué consiste y que en todo caso también puede ser buena, tampoco creo que Dios se ocupe tan estrechamente, y menos para perjudicarles, de ciertas personas, pero en mi ya larga vida he conocido gente que siempre cae de píe, a la que nunca le pasa nada aunque haga mil diabluras arriesgadas, y gente que siempre anda accidentándose o que su vida es una sucesión de coscorrones, heridas, caídas, accidentes, dramas, en mucha mayor medida, inexplicablemente, que la media de su entorno.
Isadora Duncan es un tratado, por sí misma, de la perra Suerte, de la tragedia personal, que no entiende de talento ni triunfos profesionales, de la tragedia familiar, cuyos puntos culminantes son los siguientes:
Tuvo dos hijos de otros tantos amantes. Y los dos se ahogaron a la vez, ya mayorcitos, al caer su coche al río Sena y no poder salir del vehículo. Eso le mantuvo demasiados años lejos de la danza y, por supuesto, nunca lo superó.
Tuvo un tercer hijo que también moriría a los pocos días de nacer.
También se casó con un poeta ruso, un tal Yesenin, que tras abandonarla se volvió a Leningrado y se suicidó!
Por fín, ella misma, murió estrangulada cuando el foulard que llevaba al cuello se enganchó en la rueda del coche descapotable en el que viajaba. Curiosamente, dicen que siempre se desplazaba en automóviles descapotables por el tremendo horror que le producía la posibilidad de morir ahogada, sin escapatoria, como le ocurrió a sus hijos
.
Tenía cuarenta y nueve años. Lo que es seguro es que, en ese tiempo vivió, consumió mucha más vida, las mieles y las hieles, que la mayoría de los mortales de todas las épocas.
Talento sin fin y mala suerte sin fin. Poca gente está bendecida por el talento a raudales. También es poca la que, salvo en guerras u otras cricunstancias extrañas, es puesta a prueba con tantas desgracias. Las dos circunstancias se dieron en el frágil cuerpo de una excepcional y bella mujer que rompió muchos moldes.
Talento sin fin y mala suerte sin fin. Poca gente está bendecida por el talento a raudales. También es poca la que, salvo en guerras u otras cricunstancias extrañas, es puesta a prueba con tantas desgracias. Las dos circunstancias se dieron en el frágil cuerpo de una excepcional y bella mujer que rompió muchos moldes.
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